martes, 28 de octubre de 2008

"IMPLORACION POR LA SENSATEZ"

IMPLORACION POR LA SENSATEZ
Por Alberto Asseff *

Necesitamos sensatez. La requerimos urgente y contundentemente. Debería sobrevenir cual una revolución. Tal la envergadura de la carencia y de la perentoriedad.

Seguramente que el cuadro de situación amerita una irrupción del patriotismo ausente -la única vía, por caso, para poder disfrutar de políticas de Estado- o la de aptos gestionadores de la cosa pública -vale decir buenos políticos- o de otros requerimientos capitales. Empero, lo principalísimo es que impere la sensatez ya que por efecto derrame tendremos lo demás y sobre todo soluciones.

Se ha dicho, pero nunca es inoportuno ratificarlo: la Argentina no es inope, sino desorganizada, despilfarradora y desgraciadamente padece crónicamente de administradores deshonrados. No nos faltan recursos, sino que los asignamos sin ordenar prioridades bien pensadas. Con lo mismo que hoy disponemos podríamos vivir mejor. Sin apelar a la magia o a la providencia de nadie.

Es insensato sovietizar a la producción rural engordando una oficina -la ONCCA- hasta hacerla adquirir dimensiones gigantescas, justo cuando China lanza su reforma agraria privatizadora. Es desequilibrado centralizar la 'caja' para subordinar gobernadores e intendentes, despreciando como trasto al federalismo fundador y al municipalismo esencial para un sistema democrático de gobierno. Es trastornante terminar traumáticamente con el sistema mixto de jubilaciones. Es desquiciante que un dueto gobierne autoritariamente a 40 millones y que se opaquen o desnaturalicen instituciones básicas como la Justicia, el Congreso, las Universidades, casi todo. Es irracional que no se entienda que lo primero que debe autoimponerse un gobierno es irradiar siempre, a toda hora, confianza, lo cual es pariente en primerísimo grado con el respeto a la ley. Es de insanos admitir, por notoria inacción o flagrante ineficacia, que se acrecienten el consumo del 'paco', la marginalidad, la indigencia, la desocialización, la desigualdad, que comenzó siendo inicua y ahora es abismal. Son perturbantes todas las otras lacras que se acumulan cual constelación.

Un gobierno que dispone de tantos agentes y fondos no puede ser autoindulgente con, por ejemplo, el aumento de la mortalidad infantil evitable. Es exasperante que todavía no hayamos podido garantir los 180 días de clase en la educación, desde La Quiaca hasta Marambio.

Es conmovedor para mal que en la década pasada hayamos vivido un vendaval, en rigor un ciclón, privatizador y ahora la contracorriente, un huracán estatizador. Un isocronismo decenal. Estos vaivenes nos hieren en el alma porque los 40 millones somos invadidos por la peor enfermedad, la incertidumbre. No sabemos hacia donde vamos. Es lo más gravoso porque ni siquiera nos sirve ser persistentes. ¿Para qué la constancia si en cualquier momento cambia la dirección?

Es paralizante esta realidad de que cuando la hora exige controlar al capital privado demostramos una inepcia absoluta para hacerlo. Y cuando el péndulo nefando nos conduce a la economía semiestatizada -aunque ignoramos el quantum de ese 'semi'- somos incapaces de disfrutar de una administración estatal medianamente útil. No nos va bien en ningún escenario a pesar de que estamos dotados para un destino más plausible.

Es adolescente de seriedad, no es cuerdo, que no podamos estructurar una política penal para los menores montada sobre la idea de la contención mediante el amor y del seguimiento -cual marca hombre a hombre- permanente. Los chicos descarriados pueden retornar a la sociedad si ésta se organiza y tiene la voluntad de lograrlo. Más aún, puede prevenirse que se descarrilen. En contraste, padecemos de centenas de juzgados, patronatos, dependencias para los que los menores son expedientes y papeles, llenos de sellos y firmas. Eso sí, desde el viernes a las 3 ó 4 de la tarde hasta el lunes por la mañana, esas oficinas públicas bajan herméticamente las persianas, precisamente cuando avanza el resentimiento, la droga y sus secuelas de delito y creciente violencia. Aunque el panorama no es mucho más alentador los días hábiles con esos organismos abiertos, pero ciegos e insensibles, incapaces, derrochadores de los dineros públicos. ¿Cómo puede ser que hallar un asistente social de calle portador de sensibilidad sea más difícil que ver a un burócrata arremangado y solucionando de verdad los problemas?. El primer rostro del gobierno es el oficinista estatal del que dependemos para la solución que anhelamos. Casi siempre adusto y malhumorado, desprecia nuestra condición de ciudadanos. Ahí mismo principia el disgusto colectivo. Somos un pueblo incordiado. Nos cuesta un Potosí llegar a un concilio. El abecé de la política, el consenso, parece un puerto extraplanetario por lo remoto.

Es lacerante que nuestra cultura se vaya reduciendo, a la par de nuestra pobrísima habla. Igual de desgraciado es el deplorable mensaje cotidiano de la televisión de aire, tan corrosiva. Es un problema más hondo que la canalización que domina el mundo mediático. Es una tragedia social.

Es inexplicable que no hayamos podido rehabilitar al sistema ferroviario, construir acueductos para gambetear las secas y tantísimas cosas asequibles con sólo planear, aplicar correctamente los recursos y ser honestos.

Es inaceptable que suframos inestabilidades esquizofrénicas cuando podríamos gozar de la cordura y de reglas. Es increíble que tengamos un sistema político arcaico propio de subdesarrollados y que la palabra reforma cause urticaria al poder.

Crispa recordar que éramos pura promesa, hasta opulencia y hoy somos una caricatura grotesca, doliente. En seis o siete décadas escribimos el ocaso de una formidable esperanza. Parecía que a comienzos del s. XX habíamos soltado amarras, navegando hacia la buena historia cuyas preliminares páginas ya estábamos escribiendo.

Se podrían invocar, en nuestras imploraciones, a muchos dones que no tenemos. Pero hoy quizás valga la imploración por la sensatez. Puede ser una síntesis de lo que necesitamos ya mismo, clave para trocar la tendencia que nos devasta como colectividad nacional.

*Presidente de UNIR
Unión para la Integración y el Resurgimiento
pncunir@yahoo.com.ar

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