miércoles, 17 de septiembre de 2008

ENVIDIO SU PATRIOTISMO

ENVIDIO SU PATRIOTISMO
Por Alberto Asseff*

Debe reconocérsele a la presidenta que esta vez su frase en Recife suscita alguna reflexión. En un país como el nuestro crecientemente desértico de buenas ideas -las que abundan están oxidadas o sólo exudan rencores o desvencijadas ideologías-, eso de "envidio un poquito a los empresarios brasileños" estimula algunas notas.

Primero, la presidenta estaba inaugurando una fábrica de molinos eólicos de un empresario argentino. Esa planta debió abrirse con iguales pompas en Comodoro o en Trelew. Que así no fuera se origina en dos factores centrales: acá no existe crédito industrial y cuando lo tuvimos fue un manantial de corrupción y por eso, entre otros motivos, fue disuelto el viejo Banco Nacional de Desarrollo.

Segundo, acá la industrializació n incipiente comenzó malformada y con el tiempo, en lugar de enderezarla, se la sobreprotegió hasta tornarla no competitiva y en general deficiente. Además, el Estado metió mano, pero no la sutil y perita del cirujano. La industria nacional no obtuvo el lauro del prestigio y ya se sabe cuán precario resulta andar con el descrédito a cuestas. A pesar de ello, últimamente tiene signos de vitalidad.

Para colmo, nuestros excesos en el gasto -mucho más burocrático que accesible a los necesitados- desestabilizaron recurrentemente a nuestra vulnerable economía, golpeando sobre los precios e incentivando esa diablesca escalera que se llama inflación. Para combatirla supo apelarse a una perversidad: jugar a la apertura, no como estrategia, sino como táctica antiinflacionaria. Así, cada punto menos de inflación significaban mil pymes que bajaban las persianas.

Menos inflación a costa de desindustrializarno s y de desemplearnos. Medicina mortal para una enfermedad letal.

Por otro lado, adicionalmente a esta desestructuració n industrial -que incluye algo penosísimo como el que añejas fábricas frigoríficas, cementeras o petrolíferas que parecían consolidadas en manos nacionales pasaran casi de la noche a la mañana a capitales extranjeros sin tributo alguno para nuestra expansión-, la Argentina, otrora vanguardista en el hemisferio sur geopolítico en educación y en clase media, experimentó un canceroso proceso de deseducación y desocializació n con un paralelo y ascendente castigo a la clase media. Esta es la que paga proporcionalmente más impuestos y la que puja por emerger al mundo del conocimiento y de la economía, siempre aliada con el trabajo, pues su esencia es esa, mucho dinamismo y labor. Además, la clase media es (era) el espejo para los sectores más humildes, siempre esperanzados en arribar a ese cercano (¿ahora lejano?) puerto.

Coetáneamente se impulsaron varios devastadores procesos. El cultural, consistente en cuestionar todo, no dejando casi nada en pie. Si nuestro Himno dice "o juremos con gloria morir", pululan voces que no obran con sordina, sino con fuerte propagación, que postulan una mutación: 'o juremos con gloria vivir'. Entonces nuestra canción identificatoria diría tautológicamente: "Coronados de gloria vivamos o juremos con gloria vivir". Como dicen los norteamericanos, 'no comentarios'. Si San Martín fue austero, hay que buscarle su 'rol humano' y encontrarle amantes y flaquezas. No vaya a ser que tengamos un paradigma. Por eso ahora se habla más de la voz aflautada del gran Belgrano que de su Escuela de Dibujo, anticipo de la técnica en el Río de la Plata. La degradación del 25 de Mayo y del 9 de Julio exteriorizan por sí solos cuán al subsuelo ha caído nuestro civismo y nuestra identidad común. El desprecio por el patrimonio público es otra prueba.

Si Julián Marías decía que "la lengua es la instalación de la cultura", basta caminar un par de horas o ver tres minutos de televisión de aire para corroborar que nuestra cultura es casi un fantasma. Nuestra habla lo patentiza.

El proceso de desacreditar todo lo político obviamente que lo gestaron los políticos bastardos, esos que escudándose en una noble misión, usaron su papel en beneficio propio. Empero, hoy la situación es demoníaca: el repudio a lo político es abrumador y contrastantemente sin política no habrá solución para ninguno de los problemas comunes.

El cortoplacismo es otra patología, como la proverbial improvisación y desorganizació n. Hoy, en la Casa Rosada -y lo que es aún más flagrantemente grávido, en el Ministerio de Planificación- el viernes se piensa en el lunes siguiente. Dos días más allá es tiempo remoto. Así son las cosas de nuestro país. En vez de volcar todas las energías para desplegar pymes, sembrándolas por todo el territorio, o promover una cruzada para que el Belgrano Cargas desplace al camión en mediana y larga distancia, en un despacho próximo al de la presidenta un ex privatizador de YPF en los noventa ahora tiende los hilos para que irrumpa en la escena una 'central de movimientos sociales', algo así como una súper CGT que agrupe a los piqueteros. El modelo, pues, por el que están pujando sería un país de piqueteros movilizados sustituyendo a los soñados millones de trabajadores -de todos los estamentos y orígenes socio-geográficos- libres y entrenados para su quehacer dignificante.

Hay muchas deformaciones desarrollándose. Para no omitir a una importante, señalo la creciente falta de libertad para ejercer los derechos de trabajar, comerciar, ejercer industria y todos los que la Constitución reconoce. Se malentiende la necesidad de un Estado regulador. No son capaces de encontrar el punto de ese Estado. O lo tornan bobo o lo exorbitan. Siempre en detrimento de la armonía y el desarrollo argentino.

Además de todo lo que nos falta, nos sobran dramas como la pobreza, la violencia social, el desapego a la normalidad, la formidable impunidad que es la matriz de la corrupción. Carecemos de esa modalidad central para la convivencia: no nos respetamos (y desde las cumbres no nos respetan). Pero lo que sustantivamente es una adolescencia argentina lo configura la ausencia de misión colectiva. Cada vez se desdibuja más el motivo para que estemos juntos. Por eso, cada vez estamos más amontonados.

No temo por plantear lo que para mí es precipuo. A nosotros nos falta patriotismo. A éste no voy a connotarlo como sano, moderado o calificaciones de ese estilo. Lisa y llanamente, monda y lirondamente, carecemos de patriotismo, comenzando por nuestra dirigencia, quien proyecta esa vulnerabilidad básica hacia el cuerpo social.

Por eso yo envidio al patriotismo brasileño. Es el que impulsa su desarrollo, no al revés.
*Presidente de UNIR
Unión para la Integración y el Resurgimiento

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